jueves, 6 de mayo de 2010

Fragmento de Preliminares de Estética y psicología del cine de Jean Mitry (Fenómeno artístico)


1. EL CINE ANTE LAS ARTES


Que el cine sea un arte es una cuestión no dilucidada todavía, pero puesto que esta obra tiene por objeto demostrarlo, nosotros lo plantearemos a priori como tal.
En cuanto que reflexión filosófica sobre el arte, toda estética implica necesariamente una determinada concepción del arte en general. Se trata pues, ante todo, de otorgarle una definición posible.

I. ORIGEN DEL ARTE


Como la ciencia y la filosofía, el arte tiene sus orígenes en la religión. Más exactamente, en el sentimiento religiosos nacido de la angustia del hombre ante el misterio del mundo y las cosas; de la necesidad de comprender, de explicar lo inexplicable, de aceptar lo inaprensible. Desde los tiempos más remotos este sentimiento es el que impulsa al hombre a clasificar las cosas, buscarles (a darles si fuera preciso) una razón de ser, un sentido, una necesidad; a encontrar en todo y por todas partes la armonía y el equilibrio que intuye por ser él mismo, armonía y equilibrio. El arte es la expresión del sentimiento de absoluto que el hombre lleva en sí, y que busca en los datos del sensible, más allá de esos datos mismos.
Como no puede accionar sobre ellos, el hombre les opone un sustituto simbólico que los nombra o los significa. Dominado por la naturaleza sin cesar, no se libera de su angustia sino dominando, a su vez, a la naturaleza, gracias a las representaciones que de ella se hace; porque precisamente organiza a su capricho estas representaciones y les concede un valor, un sentido que adivina detrás de las apariencias. De este modo posee un simulacro y se conoce en el mundo aunque no conozca a éste todavía. Se proyecta y se encuentra en las representaciones de un mundo que le es dado inmediatamente.

E inventa el lenguaje. Organiza sonidos que se convierten en palabras; palabras que designan y significan de inmediato los objetos de primera necesidad, luego las cosas, después el orden de las cosas, finalmente relaciones, juicios.

Al mismo tiempo inventa el arte, es decir, especialmente, una representación gráfica de las formas. El objeto, de este modo, ya no es nombrado sino figurado en lo que tienen de más significativo.
Despojado de las relaciones exteriores con el medio en las que es percibido y en las que se diluye, se ve reducido a lo que le es propio, a lo que le identifica consigo mismo y con la clase a que pertenece. De este modo, la figuración representa a la vez el objeto y aquello de los que es o puede ser símbolo. También se convierte en signo; se esfuerza por apresar, por traducir lo que hay de absoluto en lo relativo, de permanente detrás de lo fugitivo. La figuración fija. El objeto puede huir, puede desaparecer; está representado, y, por lo tanto, apresado. Y es apresado en sus fuerzas vitales, en su idea, a través de la imagen de sus formas sensibles. Y como parece que el poder de las cosas está inserto en sus formas, también parece que la imagen de sus formas encierra la imagen de su poder. Se puede entonces invocar este objeto, esta cosa, evocándolo. Esto conduce a las operaciones mágicas, al ritual encantatorio de las religiones primitivas. Al brujo, al mago, al gran sacerdote, les conviene hacer de modo que a través de la imagen del objeto, del animal, o de ser cualquiera, la colectividad, vale decir el clan o la tribu, no sólo reconozca al ser figurado sino que halle detrás de la idea de ese ser o esa cosa el conjunto de las emociones que ella cristaliza, todo en cuanto fue experimentado gracias a una experiencia vivida. Por tanto, en este fenómeno de participación colectiva la representación suscita el éxtasis, deviene éxtasis. El individuo experimenta de nuevo; re-conoce. Y con un conocimiento nuevo, más perfecto que el conocimiento inmediato, ya que constituye la síntesis, incluso en un momento fugitivo, de todos los conocimientos previos relativos al objeto representado. Es una toma de conciencia más total, más pura.
Pero el arte no es sólo imágenes visuales. En las imágenes sonoras que igualmente compone, el hombre recrea las impresiones recibidas organizándolas según relaciones que intuye y que le son necesarias. Así descubre el ritmo, que le parece hallarse en el corazón secreto de las cosas, y lo apresa de inmediato y lo experimenta mediante figuras corporales que se convierten en danza.
A través de la evolución del arte –y especialmente de la pintura o las artes gráficas- la emoción religiosa se ha convertido poco a poco en una emoción estética. Pero el proceso psíquico ha permanecido y permanece idéntico.

Si considero la representación del movimiento, por ejemplo, comprobamos que la pintura, partiendo de una figuración abstracta, llega a la representación concreta de un movimiento estático, es decir de un movimiento captado en ese instante de inmovilidad fugitiva que se halla situada entre cada una de sus fases. (Como la toma fotográfica de un personaje bruscamente detenido en medio de su carrera pero que halla un punto fijo donde apoyarse.)

A partir de ahí, gradualmente, la pintura llega a representar el movimiento a punto de reproducirse, apresado al vuelo a la manera de una instantánea. Pero, si se examina una tela de Rubens –el Descendimiento de la cruz u otra cualquiera- se advierte que este movimiento, por concreto que sea y aunque reproducido del natural, está representado en el puro punto de su canto. En otras palabras, el cuadro representa y significa a la vez ese movimiento en sí y todo movimiento semejante. Constituye el acabamiento de un conjunto de movimientos nivelados que concurren a su más alta expresión y la hallan en una especie de síntesis magistral. Ofreciendo de un solo golpe una visión que fija para siempre un momento privilegiado, esta forma se convierte en expresión y signo de la idea fundamental representada a través de una toma de conciencia total.

Para el artista, se trata de conseguir que el espectador vuelva a encontrar a través de esta representación y mediante ella el sentido, la emoción de una experiencia vivida que, proyectada en lo imaginario, se expande con una perfección que no podría tener por sí misma y que halla entonces el equilibrio y la armonía procurada. Esta adhesión del observadora lo observado, esta participación se convierten entonces en éxtasis.

De este modo, la razón estética ha reemplazado a la razón mística. En vez de cristalizar en vista de algún ritual más o menos encantatorio, el espíritu religión cristalizada alrededor del sentimiento de belleza, por lo que el espíritu humano encuentra ahí la imagen de aquello hacia lo cual tiende. Pero, hoy como ayer, el arte es una respuesta a la inquietud humana, al igual que la ciencia y la filosofía.
No obstante, si la ciencia y la filosofía responden a la necesidad de explicación, la una al cómo, mediante aproximaciones cada vez más precisas, y la otra al porqué, esforzándose hacia un sistema coherente tan razonable como posible, el arte no ofrece ninguna explicación y no tiene por qué darla. No se dirige a la razón, sino a la pasión. Su único designio es traducir sentimientos, emocionar u ofrecer un reflejo del mundo tal que permita al hombre superar su angustia, una imagen que lo tranquilice o lo afirme dándole la ilusión de algún poder sobre el mundo o sobre las cosas. Hay, pues, en el arte, a un tiempo, un fenómeno social, una necesidad psíquica y una realidad estética.


II. DE LA UTILIDAD DEL ARTE


Lo cual demuestra sobradamente que la cuestión del arte no puede abarcarse mediante definiciones que apunten a un solo aspecto del problema. Todos contienen una parte de verdad, pero todos son insuficientes. Ante todo, no se podrían abarcar, condiciones tan disímiles en una sola y misma fórmula. Decir, por ejemplo, que el arte es la naturaleza vista a través de un temperamento no es sino considerar la obra de arte, el hecho artístico, desde la perspectiva de que el artista crea en la medida que transpone, interpreta, transfigura. Esta no puede ser una definición de arte, que, por cierto, es algo más que esto solamente.
Entre las definiciones que consideran al objeto del arte y el mecanismo psíquico que le permite alcanzar la finalidad de su propósito, creo que la mejor sigue siendo la de de Henri Bergson:

El objeto del arte (dice) consiste en adormecer las potencias activas o, más bien, resistentes de nuestra personalidad, y en conducirnos así a un estado de docilidad perfecta en el que realizamos la idea que se nos sugiere, en el que simpatizamos con el sentimiento expresado.

Entre las definiciones que consideran el hecho artístico en sí, la respuesta de André Malraux: “A la pregunta: ¿qué es el arte? Estamos obligados a contestar: aquello por medio de lo cual las formas se convierten en estilo”, me parece la más justa, por ser, ante todo, precisa, y abierta a todas las particularidades concretas tanto como a la generalización más abstracta.
Sin embargo, hay un aspecto que me parece bastante mal definido, porque es mal comprendido: el aspecto social del arte. No el arte en tanto fenómeno social sino, más exactamente, su importancia social como hecho estético.

Se ha hablado de la inutilidad del arte. Si uno se basa en la utilidad práctica la obra de arte, en verdad, inútil, pero, su es la manifestación arbitraria –y necesariamente arbitraria- de ese aumento de actividad de que habla Valéry, el arte halla su razón de ser en un plano psicosociológico. No existe ningún ser humano, ni siquiera el menos cultivado, que no experimente la necesidad de un cuadro, de una música, de una canción. Desde el momento en que es representación, la obra de arte es necesaria al hombre. Es un valor mediador entre el hombre y el mundo.
Volvemos a encontrar esta cualidad mediadora en toda figura mítica, en el mito en sí que no es otra cosa que una representación moral que el hombre se hace ante sí mismo, acreditándole valores ideales que se hallan latentes en su ser. Obra de arte por la presentación en tanto que producto del genio humano, el mito procede de la misma necesidad psíquica y de las mismas necesidades fundamentales. Se vuelve a encontrar esta necesidad, de modo pedestre, en la idolatría de las multitudes por las estrellas de cine, que no son otra cosa que la proyección, la representación (esta vez concreta y viva) de un ideal psíquico momentáneo; un valor mediador entre lo real y lo ideal.

Semejante y no obstante más perfecta que yo, podría decirse de toda figura mítica, a imitación del Narciso de Paul Valéry. Semejante a lo que ella representa y no obstante más perfecta que la naturaleza representada, podría afirmarse de la obra de arte.

A este término, representación, se le objetará que la pintura abstracta, la música, no representan nada. Pero hay que cuidarse de confundir representación con reproducción, interpretación o traducción de lo real concreto. La representación puede también serlo de los subjetivo. Si la obra no está volcada hacia fuera, sino hacia el sujeto pensante y actuante, es decir, si se convierte en la expresión del yo, es de todos modos y necesariamente una objetivación, por tanto una representación.

Si como afirma André Malraux –y puesto que la “que la existencia de los museos ha originado un nuevo modo de relaciones entre el hombre y lo bello”-, “el objeto de arte en particular no es ya representación del algo, sino un ser independiente que sólo puede integrarse en un conjunto más vasto”…, no es menos cierto que este objeto (que no extrae sus valores sino de sí mismo) es necesariamente la expresión de un “yo” cualquiera que sea el que “represente” y que, precisamente, lo determina. Más adelante, el autor de Psychologie de l´art, afirma: “Advertimos que el arte plástico no nace jamás de una manera de ver el mundo, sino de una manera de hacerlo”. No se puede sino coincidir con él en este punto, a condición, sin embargo, de ponerse de acuerdo en el sentido dado al verbo hacer. Un artista, por creador que sea, jamás crea ex nihilo .No hace el mundo sino en la medida en que primero lo conoce.

Este hacer no es, pues, más que una cierta manera de representarlo. La pintura más abstracta mantiene todavía –debido a la fuerza de las cosas- sus ligaduras con el mundo. El artista crea con lo real o contra lo real, con la naturaleza o contra ella, pero nunca “fuera de ella”, independientemente de ella. Fugitivo o no, el arte es siempre la manifestación de una representación. Sólo puede variar el nivel o el sentido de ella, pero su valor es universalmente mediador. Y por ello se debe a que no tiene por objeto imitar a la naturaleza sino traducir las emociones que ésta procura, o suscita otras mediantes una representación de sus formas esenciales (o de un equivalente simbólico), ya que el arte “no imita a la vida, sino que la revela”, para adoptar los mismos términos de Malraux.

Por tanto, el arte crea a propósito un reino de sombras, formas, tonalidades, intuiciones y no sería cuestión de tachar de impotencia e insuficiencia al artista que da existencia a una obra bajo pretexto de que nos ofrece un aspecto superficial de lo sensible, o bien especies de esquemas. Porque el arte no hace intervenir solamente por sí mismas y bajo su apariencia inmediata a esas formas y esas tonalidades sensibles, sino con el fin de satisfacer intereses espirituales superiores, porque ellos son capaces de originar una resonancia en las profundidades de la conciencia, un eco en el espíritu. De este modo, en el arte sensible está espiritualizado, ya que el espíritu aparece ahí bajo una forma sensible (Hegel).

Jean Mitry, “Preliminares” en Esthétique et psychologie du cinéma (Estética y Psicología del cine), ed. S.XXI, año 2002.

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