miércoles, 29 de junio de 2011

Fragmento de Enrique IV parte I, Acto II, escena IV (para comparar con el film de Orson Welles "Chimes at Midnight")


ACTO II
ESCENA IV

Taberna “La cabeza de jabalí” en Eastcheap

FALSTAFF: Bueno, pero mañana vas a ser horriblemente regañado cuando vayas a ver a tu padre, si me quieres, prepara al menos una respuesta.

PRÍNCIPE ENRIQUE: Bien, haz el papel de mi padre y examina mi conducta en detalle.

FALSTAFF: ¿Yo? Con mucho gusto: esta silla será mi trono, esta daga mi cetro y este cojín mi corona.

PRÍNCIPE ENRIQUE: Tu trono parece una silla agujereada, tu cetro de oro una daga de plomo y tu preciosa y rica corona una lastimera calva tonsurada.

FALSTAFF: No importa; si el fuego de la gracia no está en ti completamente extinguido, ahora vas a conmoverte. Dadme una copa de vino, para tener los ojos enrojecidos, como si hubiera llorado; porque tengo que hablar con pasión, en el tono del rey Cambises.

PRÍNCIPE ENRIQUE: Bien; he aquí mi reverencia.
FALSTAFF: Y allá va mi discurso. ¡Rodeadme, nobleza!

POSADERA: ¡Jesús mío! ¡Qué espectáculo tan divertido!

FALSTAFF: No llores, dulce reina, porque ese chorro de lágrimas es inútil.
POSADERA: ¡Mirad al viejo! ¡Qué bien sostiene su dignidad!

FALSTAFF: ¡En nombre del cielo, señores, llevaos mi triste reina, porque las lágrimas obstruyen las exclusas de sus ojos!

POSADERA: ¡Parece mentira! Recita su papel como uno de esos cómicos indecentes que he visto muchas veces.

FALSTAFF: ¡Silencio, dama Juana! ¡A callar, Rascabuche! Harry, no sólo me causan asombro los sitios donde pasas tu tiempo, sino también la compañía de que te rodeas. Porque, si bien la camomila brota más vivaz cuanto más se la pisotea, la juventud, cuanto más se derrocha, más se consume. Que eres mi hijo, lo sé, primero, por la palabra de tu madre, y luego por mi propia opinión; pero mi principal garantía es esa horrible mueca constante de tu ojo y la estúpida depresión de tu labio inferior. Siendo, pues, tú mi hijo, llego al punto: ¿por qué siendo hijo mío, te haces así señalar con el dedo? ¿Anda acaso el bendecido hijo de los cielos vagabundeando por los campos, comiendo moras?
Es una pregunta sin respuesta. ¿Debe acaso el hijo de Inglaterra andar como un ladrón, robando bolsas? Una pregunta con respuesta. Hay una cosa, Harry, de la que habrás oído hablar a menudo y que es conocida de mucha gente en nuestro país bajo el nombre de pez; esa pez, según lo afirman antiguos escritores, ensucia; lo mismo hace la sociedad que frecuentas; porque, Harry, no te hablo ahora en la embriaguez, sino en las lágrimas, no en el placer, sino en la desesperación, no con vanas palabras, sino con el corazón herido... Sin embargo, hay en tu compañía un hombre de bien, que he observado a menudo, pero no sé cómo se llama.

PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Qué clase de hombre es, señor, si os place?

FALSTAFF: Por mi fe, un hombre de hermosa presencia, corpulento, aspecto alegre, mirada graciosa, noble actitud; parece tener cincuenta años ¡por Nuestra Señora! tal vez raye en los sesenta. Y ahora recuerdo, su nombre es Falstaff. Si ese hombre fuera un libertino, sería para mí una decepción, porque leo, Enrique, la virtud en su mirar. Sí, pues el árbol puede conocerse por el fruto y el fruto por el árbol, declaro perentoriamente que hay virtud en ese Falstaff; consérvalo, destierra el resto. Dime ahora, inicuo bribón, dime, ¿dónde has estado todo este mes?

PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿A eso llamas hablar como un rey? Toma ahora mi parte, que yo haré la de mi padre.

FALSTAFF: Cómo, ¿me depones? Si tienes en la palabra y en el gesto sólo la mitad de esta mi gravedad majestuosa, que me cuelguen por los talones como una piel de conejo en un escaparate de tienda.

PRÍNCIPE ENRIQUE: Bien, tomo asiento.

FALSTAFF: Y aquí estoy de pie; sed jueces, compañeros.

PRÍNCIPE ENRIQUE: Y bien, Harry, ¿de dónde venís?

FALSTAFF: De Eastcheap, mi noble señor.

PRÍNCIPE ENRIQUE: Las quejas que oigo contra ti son graves.

FALSTAFF: ¡Pardiez, milord, son falsas!... ¡Ahora vais a ver cómo hago zalamero al joven príncipe!

PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Cómo, echas votos, joven impío? En adelante no me mires más a la cara. Te has apartado violentamente del camino de la salvación. Un espíritu infernal te posee, bajo la forma de un viejo gordo; tienes por compañero un tonel humano. ¿Por qué frecuentas ese baúl de humores, esa tina de bestialidad, ese hinchado paquete de hidropesía, ese enorme barril de vino, esa maleta henchida de intestinos, ese buey gordo asado con el relleno en el vientre, ese vicio reverendo, esa iniquidad gris, ese padre rufián, esa vanidad vetusta? ¿Para qué sirve? Para catar un vino y bebérselo. ¿Para qué es útil y apto? Para trinchar un capón y devorárselo. ¿En qué es experto? En tretas y astucias. ¿En qué es astuto? En picardías. ¿En qué es pícaro?
En todo. ¿En qué estimable? En nada.

FALSTAFF: Rogaría a vuestra gracia que me permitiera seguirla. ¿A quién se refiere vuestra gracia?

PRÍNCIPE ENRIQUE: A ese canalla abominable, corruptor de la juventud, Falstaff, ese viejo Satán de barba blanca.

FALSTAFF: Señor, conozco al hombre.

PRÍNCIPE ENRIQUE: Le conoces demasiado.

FALSTAFF: Pero decir que le conozco más defectos que a mí mismo, sería decir más de lo que sé. Que sea viejo (y es por ello más digno de lástima), lo prueba su cabello blanco; pero que sea (salvo vuestro respeto) dado a p..., lo niego redondamente. Si el vino y los dulces son pecados, Dios perdone a los pecadores. Si es un pecado ser viejo y alegre, conozco muchos viejos compañeros que están condenados; si ser gordo es ser odioso, entonces deben amarse las vacas flacas de Faraón.
No, mi buen señor: destierra a Peto, destierra a Bardolfo, destierra a Poins; pero en cuanto al dulce Jack Falstaff, al gentil Jack Falstaff, al leal Jack Falstaff, al valiente Jack Falstaff, tanto más valiente cuanto que es el viejo Jack Falstaff, no le destierres, no, de la compañía de tu Enrique. ¡Desterrar al gordinflón Jack valdría desterrar al mundo entero!

PRÍNCIPE ENRIQUE: Le destierro, así lo quiero.
(Se oye golpear a la puerta; salen la Posadera, Francis y Bardolfo).
(Vuelve Bardolfo, corriendo).

BARDOLFO: ¡Oh, milord, milord! El sheriff está ahí fuera con una patrulla monstruo.

FALSTAFF: ¡Fuera de aquí, pillete! Concluyamos la pieza; tengo mucho que decir en defensa de ese Falstaff.

(Vuelve la posadera muy aprisa).

POSADERA: ¡Misericordia! ¡Milord, milord!

FALSTAFF: ¡He, he! ¡El diablo cabalga sobre un arco de violín! ¿Qué es lo que hay?

POSADERA: Ahí están fuera el sheriff y los guardias; vienen a registrar la casa. ¿Debo dejarle entrar?

FALSTAFF: ¿Has oído, Hal? No debemos tomar nunca una pieza falsa por una de oro verdadera; eres esencialmente loco, sin parecerlo.

PRÍNCIPE ENRIQUE: Y tú, naturalmente, cobarde, sin instinto.

FALSTAFF: Nego majorem. Si no quieres recibir al sheriff, perfectamente; si quieres, que entre; si no figuro en la última carreta tan bien como cualquiera, la peste se lleve al que me educó. Espero que una soga pueda estrangularme tan pronto como a otro.

PRÍNCIPE ENRIQUE: Anda, ocúltate detrás de la cortina; vosotros idos arriba. Ahora, señores míos, buena cara y buena conciencia.

FALSTAFF: Ambas cosas poseía; pero la época pasó y, por consiguiente, me escondo.

(Salen todos menos el Príncipe y Poins).

PRÍNCIPE ENRIQUE: Haz entrar al sheriff.

(Entran el Sheriff y un Carretero). Y bien, sheriff, ¿qué me queréis?

SHERIFF: Desde luego que me perdonéis, milord. La grita pública ha seguido ciertos hombres hasta esta casa.

PRÍNCIPE ENRIQUE: ¿Qué hombres?

SHERIFF: Uno de ellos es muy conocido, mi gracioso señor. Un hombre grueso, gordo.

CARRETERO: Como un pan de manteca.

PRÍNCIPE ENRIQUE: Ese hombre, os lo aseguro, no está aquí; yo mismo acabo de darle una comisión; pero te doy mi palabra, sheriff, que le enviaré mañana, antes de comer, a responder ante ti o cualquier otro, de cualquier cargo que se le haga. Ahora, permitidme os pida salgáis de esta casa.

SHERIFF: Lo haré, milord. Hay aquí dos señores que en este robo han perdido trescientos marcos.

PRÍNCIPE ENRIQUE: Puede que así sea. Si ha robado a esos hombres, él responderá. Ahora, adiós.

SHERIFF: Buenas noches, mi noble señor.

PRÍNCIPE ENRIQUE: O más bien buenos días, ¿no es así?

SHERIFF: La verdad, milord, porque creo que son ya las dos de la mañana.

(Salen el Sheriff y el Carretero).

PRÍNCIPE ENRIQUE: Este oleaginoso pillo es tan conocido como la Catedra1 de San Pablo. Llámale.

POINS: (Levanta la cortina que oculta a Falstaff ) . ¡Falstaff !

Está profundamente dormido detrás de la tapicería y ronca como un caballo.

PRÍNCIPE ENRIQUE: Oye cómo respira laboriosamente. Regístraselos bolsillos. (Poins registra). ¿Qué encuentras?

POINS: Sólo a1gunos papeles, milord.

PRÍNCIPE ENRIQUE: Veamos qué contienen; léelos.

POINS: (Leyendo). Item un capón 2 chelines, 2 peniques. Item, salsa 4 p. Item , vino, 5 ch. 8 p. Item, anchoas y vino después de cenar,2 ch. 6 p. Item, pan, medio penique.

PRÍNCIPE ENRIQUE: ¡Oh monstruosidad! ¡Sólo medio penique de pan para esa intolerable cantidad de vino! Guarda el resto; lo leeremos más despacio; déjale dormir hasta el día. Iré a la corte por la mañana. Iremos todos a la guerra y tendrás un puesto honorable. Procuraré a ese obeso bribón empleo en la infantería. Estoy seguro que una marcha de trescientas yardas será su muerte. Haré restituir el dinero con usura. Ven a buscarme mañana temprano. Buen día, Poins.

POINS: Buen día, mi buen señor.

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